Un desafío vital para nuestro país es la edificación de espacios urbanos eficientes donde pueda insertarse productivamente una oferta de vivienda orgánicamente integrada a la ciudad. La vivienda en sí misma carece de misión si no abre las puertas al empleo, educación, salud, recreación, cultura, movilidad, espacio público, convivencia y relaciones sociales, cohesión, creatividad, servicios, equipamiento, y equidad. Estos son sólo asequibles en la ciudad, y a través de los valores de proximidaden espacios urbanos densos y diversos. Cercenado de la ciudad, el derecho a la vivienda es sólo una auto-justificación burocrática, partera de distorsiones costosísimas para la economía y la sociedad, y para los propios derechohabientes de los organismos de vivienda. Además, profundiza las responsabilidades de México en el calentamiento que sufre el planeta al exacerbar las emisiones de gases de efecto invernadero.
La vivienda debe ser instrumental para la creación de espacios urbanos productivos y sostenibles, como objetivo primordial. En gran parte, la morfología, dinámica, estructura, y sustentabilidad de las ciudades son resultado de las políticas de vivienda. De ellas depende significativamente que se desarrollen ciudades densas y compactas, eficientes y competitivas. O su antítesis: desparramamientos habitacionales aislados y segregados en un contexto exo-urbano, que inoculan perversas distorsiones territoriales, sociales y energéticas, desde luego insostenibles. Como ocurre ahora en México. No puede exagerarse la urgencia de promover condiciones de sostenibilidad para nuestro sistema urbano, y por tanto, para el país en su conjunto, a través de políticas de densificación e integración orgánica de la vivienda a la estructura funcional de las ciudades. La institucionalidad del llamado sector vivienda, tal como está codificada en México, más que servir a este fin, es un obstáculo insuperable.
Una alta densidad urbana es precondición de eficiencia energética, de un bajo consumo per cápita de energía, y de bajas emisiones de gases de efecto invernadero. Por ejemplo: Houston y Atlanta registran densidades promedio menores a 15 habitantes por hectárea, mientras que Viena, Londres y Barcelona se acercan a 200 habitantes por hectárea. El consumo de combustibles per cápita es hasta siete veces mayor en las primeras que en las últimas.
En nuestro país es notable un proceso de expansión horizontal de las ciudades, mucho más rápido que el aumento en su población. Las densidades demográficas urbanas se han desplomado en numerosos casos por debajo de los 50 habitantes por hectárea. Esta inercia ha recibido un empuje definitivo por parte del INFONAVIT con políticas de crédito hipotecario masivo para vivienda en conjuntos aislados y en propiedad, a costo mínimo, y que dejan las decisiones de localización a las empresas desarrolladoras. El problema se ha exacerbado en los últimos años, de acuerdo a datos de SEDESOL, en la medida en que se incrementan las distancias promedio de los nuevos conjuntos habitacionales con respecto al centro urbano de las ciudades; superando con frecuencia 40 kilómetros. En este contexto, es imposible un transporte colectivo eficiente y confortable, y la única solución que queda a las familias es tratar de hacerse de un vehículo automotor privado.
Las ciudades con menor densidad ostentan los mayores índices de tenencia de vehículos. Por ejemplo, de acuerdo al IMCO, en Mexicali existen 450 automóviles por cada mil habitantes, y en Monterrey 308, mientras que en el valle de México hay 285 y en Guadalajara 269. Como referencia, en la zona metropolitana de Nueva York, esta cifra es de 230, y mucho menor en Manhattan. De tal manera se deforman las estructuras modales de transporte y movilidad, y pierden peso relativo las opciones colectivas y no motorizadas, que son imposibles, costosas o imprácticas en circunstancias de desparramamiento urbano de baja densidad. No extraña así que la demanda de combustibles se eleve a tasas desmesuradas (5% anual), más todavía, si es incentivada por un obsceno sistema de subsidios gubernamentales. Tampoco debe sorprender que los vehículos automotores sean la más importante y dinámica fuente de emisiones de gases de efecto invernadero en México. El INFONAVIT aporta voluminosos costales de arena para ello.
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