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viernes, 3 de febrero de 2012

El programa económico de la izquierda

Sólo uno de los precandidatos presidenciales  ha tenido la audacia de revelar políticas y proyectos específicos que emprendería en caso de llegar a la presidencia de la República. Debemos agradecérselo; es el candidato de la izquierda. Su programa económico consiste en:  a) aumentar los subsidios a los combustibles automotrices e industriales, al igual que a la electricidad; b) mantener la prohibición de inversión privada en PEMEX, y fusionarla con CFE en un solo monopolio estatal; c) construir cinco nuevas refinerías; d) construir al menos dos trenes "bala"  (entenderíamos que son trenes de alta velocidad al estilo TGV o AVE, ya que el precandidato de la izquierda ha revelado  que irían a "300 kilómetros por hora"); e) eliminar el IETU; y,  d) no crear nuevos impuestos. De cualquier forma, y aunque no pueda tomarse demasiado en serio, es loable que inaugure en las campañas políticas  la expresión de contenidos tangibles.

El subsidio a las gasolinas y al diesel fue de 165 mil millones de pesos en 2011.  Entonces, suponiendo que duplica el subsidio para reducir los precios de la gasolina y el diesel, digamos, a seis pesos por litro en promedio, y  que el nivel internacional de precios se mantiene constante, durante su gobierno se destinarían unos 330 mil millones de pesos anuales a ese fin. Los subsidios a la electricidad montan aproximadamente 100 mil millones de pesos anuales. Supongamos que serían aumentados al doble, para que valga la pena, lo que ascendería a 200 mil millones de pesos anuales. Todo lo anterior, sin contabilizar los subsidios al gas natural que ha prometido a la industria.

Las refinerías cuestan alrededor de 10 mil millones de dólares cada una, o 130 mil millones de pesos. Como todo el mundo sabe, en la actualidad las refinerías no son rentables u operan con márgenes estrechísimos (el negocio es la extracción del petróleo). Por tanto, en cierta forma, podría considerarse un subsidio adicional. En total, los recursos asignados a las refinerías ascenderían a 650 mil millones de pesos, que anualizados en seis años resultan en 108 mil millones de pesos.

Por su parte, uno de los trenes "bala" iría de Palenque a Cancún (!) y  se extendería por 742 kilómetros (evidentemente no sería rentable, y por lo tanto también podría considerarse su costo como un subsidio)  e implicaría un gasto de aproximadamente 11 mil millones de dólares, o sea, 143 mil millones de pesos, de acuerdo a los costos estimados de inversión por kilómetro en trenes de alta velocidad en Japón, Francia, Alemania y España (unos 15 millones de dólares por kilómetro).  El otro tren "bala" iría del centro al norte del país  recorriendo al menos 2,500 kilómetros y tendría un costo de 37 mil millones de dólares, equivalentes a 487 mil millones de pesos. El costo anualizado de ambos sería de 105 mil millones de pesos. 

En materia fiscal, la eliminación del IETU significaría que las arcas públicas quedarían privadas de unos 60 mil millones de pesos anuales, que no serían compensados por otro impuesto en virtud de la promesa de no crear nuevos gravámenes.  Tenemos entonces que el costo de la nueva política económica de la izquierda, incluyendo todos los subsidios prometidos, las cinco refinerías, los dos trenes "bala", y la eliminación del IETU, equivaldría a la cifra cabalística de un poco más de 800 mil millones de pesos anuales, o el 22% del gasto público total referido a 2012.


Como fuentes de financiamiento para su programa económico el candidato de la izquierda propone  reducir los salarios de los funcionarios y empleados públicos a la mitad, medidas espartanas de austeridad, y  la eliminación de la corrupción y de privilegios fiscales - no ha dicho a cuáles se refiere, ni cómo piensa abolirlos.  Él calcula (no sabemos cómo) que le generarían los 800 mil millones de pesos necesarios.  Habría que considerar también otros costos de este programa, como la depauperación del capital humano y físico del gobierno así como de sus capacidades operativas (como ocurrió en el GDF), consecuencias regresivas sobre la distribución del ingreso, e implicaciones que se anticipan desastrosas en materia de sustentabilidad y medio ambiente, y sobre la competitividad  del país.  Esperemos que dicen los otros contendientes. 

viernes, 11 de noviembre de 2011

MARCELO O EL FIN DE LA IZQUIERDA

A quienes no nos consideramos de izquierda, podría encantarnos que el candidato del PRD y adláteres fuera su conocidísimo Gran Líder, lo que sellaría la debacle electoral de esa alianza tanto a nivel federal como en la Ciudad de México, y en cascada, su pulverización y marginalidad. El Gran Líder es una garantía. Por su estéril encono y  resentimiento puestos al servicio de una ambición política obsesiva  (¿de qué vive? ¿qué haría sin el poder?), por su gastada vulgaridad y  discurso pueril ahora en un tono de cursilería risible (“una república amorosa”),  su provinciana y desnuda demagogia, y un prestigio repulsivo para la mayoría de los electores.

Bravo. Sin embargo, la destrucción institucional de la izquierda – tarea que él personalmente casi ha culminado con éxito – privaría al país de indispensables contrapesos  y oferta política. El mercado político se empobrecería, y estaríamos en un escenario duopólico, poco sano, que dejaría a una todavía significativa franja del electorado (15-20%) sin representación. Y no es que al decirlo aceptemos el chantaje de la violencia revolucionaria,  aún latente en algunas trincheras de la izquierda.

Aunque nos cueste aceptarlo (a quienes no somos de izquierda), una democracia sin izquierdas sería una pobre democracia, como lo es también sin liberalismo (caso misterioso de México). Al igual que en la economía, una competencia débil siempre genera ineficiencias e inequidades en el sistema democrático representativo,  y en la asignación de los recursos políticos del país. Una democracia vigorosa y eficiente exige un partido de izquierda competitivo, moderno y responsable, inteligente, institucionalizado e inequívocamente  respetuoso de la legalidad. La candidatura del Gran Líder impediría por mucho tiempo satisfacer esa necesidad. La candidatura de Marcelo Ebrard abriría esa posibilidad.

Marcelo ha hecho un gobierno decente en el Distrito Federal. Ha sabido mantener a raya a la inseguridad y a la delincuencia, no ha acumulado deudas escandalosas, ha mantenido una importante y electoralmente productiva red de protección social, construido infraestructuras significativas en alianza con el sector privado, ha promovido exitosamente la inversión inmobiliaria, se ha comprometido con el transporte colectivo y no motorizado (metro, metrobús, RTP en Supervía y segundos pisos, bicicletas), ha defendido derechos y libertades esenciales (como un  liberal), y hasta ha llevado a cabo gratas intervenciones para restituir cierta dignidad y funcionalidad a un decaído espacio público (Madero, Centro Histórico, Garibaldi, Plaza de la República). Su pasivo mayor es tal vez haber sido incapaz de sacudirse la camisa de fuerza  corporativa del ambulantaje y de otros poderes fácticos en la ciudad; algo explicable – aunque no justificable – por la naturaleza y estructura clientelar de su partido, y por los malabarismos políticos a los que ha estado obligado.



Sobre todo, Marcelo puede representar para la izquierda mexicana la oportunidad de re-inventarse, sacudirse telarañas y ponerse al día. La puede hacer competitiva por sí misma, no por cacicazgos psicotrópicos de coyuntura como ha sido hasta ahora.  Muchos fuera de las coordenadas de izquierda  podrían sentirse cómodos  votando por él. Su candidatura podría crecer más allá de los cuarteles duros de la izquierda, y de sus fieles electores inclinados a la seducción de la demagogia y el populismo (que siempre los habrá, al igual que en toda América Latina). Podría ser digerible y aceptable por el sector privado, y por un amplio sector de la clase media con convicciones liberales (al menos en lo social). Sería interesante y hasta divertida una elección a tercios con personajes de nueva generación, frescos, atractivos e inteligentes: Peña Nieto (siempre y cuando se deslinde ya de Moreira), Josefina, y Marcelo. Se inyectaría azúcar y carácter a nuestra democracia hoy sumida en la hipoglucemia  y la mediocridad. Habría un terreno propicio,  entonces, para una discusión imperativa sobre cómo hacer que nuestra democracia sea funcional y dé resultados: coaliciones, reelección legislativa y en municipios, y una dosis de parlamentarismo. De cualquier forma, sin Marcelo, sería el fin de la izquierda. De verdad, no me alegraría.