viernes, 12 de octubre de 2012

DF, transición ciudadana


Una ciudadanía plena implica pagar impuestos y exigir cuentas y resultados a cambio. Es un pacto social en el que se delegan en el Estado responsabilidades de interés público, o sobre bienes públicos que casi por definición no pueden ser provistos de forma individual o privada. En una democracia, el Estado es conducido por un  gobierno electo a través del voto de la mayoría, sistema que funciona  hoy en día de manera creíble en nuestro país y obviamente en el DF, después de una larga transición democrática. Democracia es el nombre del juego, cuya calidad, sin embargo, depende de la existencia de una sólida cultura ciudadana en favor  de lo público. En una ciudad, su expresión es evidente en plazas, parques, calles, sistemas y paraderos de transporte colectivo, imagen urbana, jardines, valores escénicos, mobiliario urbano, museos, equipamiento, infraestructura, y en todos los elementos que configuran el tejido conector del espacio público. Es la identidad de la ciudad, el medio que permite la convivencia entre sus habitantes, lo que integra y une, solidariza e iguala a todos. Es particularmente importante para los pobres; al menos tienen la belleza y los estímulos sociales y humanos del espacio  público. Es el derecho a la ciudad. Democracia y ciudadanía lo garantizan.
Cuando en vez de ciudadanos celosos de lo público tenemos peticionarios anónimos u organizados, y ensamblados corporativamente al partido en el poder, se niega el derecho a la ciudad con resultados  esperpénticos. Ocurre una transacción donde se entrega sistemáticamente el espacio público a mafias a cambio de apoyos políticos y votos. En ausencia de ciudadanía, el resto, silencioso, indiferente o resignado lo atestigua... y así vota; no pide cuentas, no exige, llega a parecerle normal. El tema no existe ni forma parte de la agenda pública. Podría estar peor, es el razonamiento. Zonas enteras de la ciudad son devoradas, y los contrastes se agudizan
La ciudad más rica de México y una de las más solventes de América Latina se va poblando de rascacielos, y de obras viales monumentales, algunas calles y barrios resurgen, se vuelven a habitar, e incluso empiezan a palpitar con una vida  desconocida que emula a Buenos Aires o a ciudades mediterráneas. Son decisiones individuales misteriosas, que agregadas, ofrecen un atisbo de virtud urbana en ciertas zonas de la del Valle,  Coyoacán,  Condesa, Polanco, y hasta en Santa María la Ribera. Nos entusiasman y  nos llenan de orgullos fugaces. Se imponen a pesar de la incuria gubernativa,  de la corrupción, o de un gobierno central al que extrañamente sólo le preocupan  una cuantas calles y espacios  de la delegación Cuauhtémoc (Madero, Alameda, Plaza de la República...).
Es la resistencia en algunas trincheras, donde el campo urbano es dominado por el andamiaje mafioso que  degrada la ciudad: Todas las entradas e inmediaciones de las estaciones del metro; todas las zonas circundantes a los hospitales públicos; todos los paraderos y zonas de transferencia modal (Tacubaya, Observatorio, Indios Verdes, Chapultepec, Universidad); el otrora orgulloso bosque de Chapultepec; innumerables plazas; calles y aceras completas aledañas a centros comerciales... todo,  invadido por legiones de vendedores ambulantes organizados en mafias, para votar, asistir a marchas y mítines, y pagar derecho de piso a sus líderes a quienes el gobierno ha privilegiado con la privatización ilegal del patrimonio colectivo. Miasmas, pestilencia, basura, fealdad, inmundicia, grafiti, hacinamiento que llenan de vergüenza a la Ciudad de México y desdicen con su hedor purulento cualquier ínfula de liderazgo urbano en el concierto global.. La fórmula se repite en el sistema de transporte colectivo concesionado; desorden, impunidad, un rosario accidentes fatales. También, en la gestión de los residuos urbanos, y con las zonas de conservación ecológica y sus invasores. Es  la democracia corporativa sin ciudadanos. Es la izquierda que castiga a los más pobres privándolos del derecho a la ciudad. Es la erosión del estado de derecho en  cada esquina, la impunidad que se asienta como regla de oro no escrita de convivencia urbana. Como en ninguna otra gran ciudad en México.


Mantener el poder requiere administrar con pericia y mucho cinismo esas inmensas redes de corrupción y control corporativo, no satisfacer inexistentes demandas ciudadanas en favor del interés público. Desde luego el modelo es insostenible; tiene contradicciones insalvables que sería imposible abordar aquí.  Así como la democracia se abrió paso en el México de los años setentas y ochentas del siglo XX, gradualmente irá ganando espacios en el DF una ciudadanía moderna, cada vez más atenta al interés público. Es la transición ciudadana que nos falta.

1 comentario:

  1. La ciudadanía no va a tener transición alguna hasta que no formen parte de la base contribuyente. Nadie va a cuidar lo que no siente de ellos. La informalidad no participa ni le interesa porque solo ve por si misma. Una colección de individuos viendo por si mismos que tratan de sobrevivir haciéndose mafias, grupos de poder, todos jalando agua pa su molino. Una ciudadanía que no participa hechándole la mano al marranito de la ciudad, difícilmente se va a preocupar por participar en temas colectivos. Si van a participar si sus intereses particulares se tocan. Todo esto se ve reflejado en la fragmentación urbana de la ciudad y en la zonificación social que existe. El nuevo urbanismo que debemos buscar es la integración de la sociedad y de los usos de suelo en un tejido urbano sano mixto.
    Una planificación urbana responsable y científica, educación y ampliación de la base contribuyente serán las únicas herramientas para la transición ciudadana. Saludos atentos, Patricio Lavalle www.plmarquitectos.com

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