En Cuatro Ciénagas, Coahuila, Área Natural Protegida, México se empeña en exterminar un conjunto de ecosistemas de singularidad y antigüedad insólitas. Pronto, de no mediar una intervención urgente y decidida de la Presidencia de la República, nuestro país habrá perpetrado un acto vandálico extremo sobre el patrimonio biológico del planeta. El valle de Cuatro Ciénagas es un prodigioso ensamble de oasis de lagunas y pozas color turquesa, entre montañas majestuosas del desierto coahuilense que han sido esculpidas por las fuerzas telúricas más arcaicas y poderosas. Hace 220 millones de años fue mar, que penetró al romperse el continente único de Pangea. Al configurarse geológicamente América del Norte hace 35 millones de años, y retirarse el mar, microorganismos, peces y reptiles, entre otras muchas especies marinas, se adaptaron a vivir en agua dulce, creando comunidades biológicas sin parangón, sólo existentes ahí y en ningún otro sitio; absolutamente endémicas. Sobresalen los estromatolitos, estructuras construidas por microorganismos de miles de millones de años de antigüedad, que se cuentan entre los primeros organismos productores de oxígeno habitantes de la tierra. Su genoma, de la vida más temprana, es un tesoro científico invaluable.
Pozas y lagunas, en medio del desierto, se han nutrido durante decenas de millones de años de manantiales y arroyos permanentes abastecidos por acuíferos subterráneos. Hoy en día, en una de las lagunas más grandes (Churince) se revela la dimensión de una tragedia ecológica indecible: “Lo que hay ahora es un tapete macabro de peces muertos, rastros de tortugas buscando agua desesperadas para acabar enterrándose en el último lodo que queda, entre estromatolitos muertos. En un pequeño charco, de no más de cinco metros de largo, en estos momentos, se debaten los últimos 200 ejemplares de Sunfish del ecosistema – y del mundo” (Dra. Valeria Souza).
La causa: la incapacidad de la Comisión Nacional del Agua (CNA) para evitar que los agricultores de alfalfa, proveedores de conocida industria lechera de la región, detenten, sobreexploten, derrochen y agoten los acuíferos de los cuales dependen los ecosistemas acuáticos de Cuatro Ciénagas. Todo, a pesar de un compromiso y orden presidencial hechos hace más de cuatro años. Los productores de alfalfa – uno de los cultivos con mayor demanda de agua establecido ¡en el desierto! – además de drenar los manantiales, bombean agua del subsuelo gracias a los derechos otorgados por la CNA y a un cuantioso subsidio eléctrico concedido por la Comisión Federal de Electricidad. Explotan más de 50 millones de metros cúbicos de agua al año, mientras que la recarga natural del acuífero es de menos de la mitad. La propia CNA reconoce oficialmente esa condición irracional de sobreexplotación. La última esperanza que tenía la laguna de Churince, cerrar la compuerta de los drenes, se ha desvanecido, y ha sido abierta nuevamente por los agricultores, privando a la laguna de sus postreras gotas de sangre. En nuestras narices. Pueden más los intereses lecheros que la historia biológica del planeta y que el portento ecológico de Cuatro Ciénagas.
A estas alturas del drama, sólo el Presidente Calderón puede impedir el terrible desenlace final. La incuria, la dejadez, la burocracia, los intereses, las complicidades y la indiferencia no pueden ser desmadejadas ya a través de procedimientos administrativos y regulatorios convencionales. De no hacerlo urgentemente, uno de los estigmas ecológicos más oprobiosos posibles nos señalará aún más en estos años sombríos.
Es de una urgencia absoluta la intervención Presidencial: para expropiar, cancelar o comprar perentoriamente los derechos de explotación del agua en Cuatro Ciénagas; declarar veda total a la extracción de agua para usos agrícolas y hacerla cumplir – incluso por la fuerza; cerrar inmediatamente todas las compuertas de los canales que drenan los manantiales; cancelar ahora mismo el bombeo de aguas subterráneas; y, emprender cuanto antes los trabajos necesarios para restablecer plenamente el flujo natural de agua a todas las pozas y lagunas. Habrá que pagar las legítimas indemnizaciones que procedan. Miles de millones de años lo observan con angustia.
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