
Así, la vivienda unifamiliar en propiedad (alta, media, económica) empobrece, vacía y destruye la ciudad, de la mano del vehículo automotor privado (en la forma creciente de narco-SUV´s). Impone grandes desplazamientos y multiplica el número de viajes, mientras vialidades deshumanizadas acaparan el territorio. El consumo de gasolina y las emisiones de gases de efecto invernadero se disparan. Los peatones se extinguen, junto con la vida urbana. El tejido social se deshilvana y muere, y la inseguridad y el crimen encuentran su mejor caldo de cultivo. El transporte colectivo digno y eficiente es inviable en la dispersión y bajas densidades; sólo el vehículo privado, o infames microbuses permiten conectividad y acceso. Ante lo incosteable, adquirientes de vivienda remota de interés social la abandonan; los panales decaen y se degradan.
Así destruimos el valor de la proximidad que sólo las ciudades grandes, densas y diversas ofrecen: convivencia, seguridad, eficiencia territorial, eficiencia energética, infraestructura, intercambio de ideas, diversión, educación, cohesión social, y creatividad; por tanto, productividad y competitividad.
Claramente, nuestras políticas de vivienda son políticas anti-urbanas. Al hacer vivienda unifamiliar en la periferia deshacemos a las ciudades y destruimos valor. Los subsidios a los combustibles automotores – que este año superarán la obscena cifra de 170 mil millones de pesos – y la construcción de vialidades suburbanas complementan un trinomio de irracionalidad extrema. Reproducimos (en una versión lumpen) el patrón norteamericano de urbanización seguido desde la posguerra: Interstate Highway System; gasolina barata; inducción de vivienda unifamiliar en propiedad a través de subsidios directos al enganche, deducibilidad fiscal y garantía gubernamental de hipotecas; abandono de sistemas de transporte ferroviario; eliminación del peatón; olvido de la vivienda plurifamiliar en renta; abandono del downtown; centros comerciales y de oficinas disgregados espacialmente en la periferia, sólo accesibles en automóvil. Tierra barata y, ausencia de regulaciones territoriales relevantes. En México, también las mejores escuelas y universidades dejan o desprecian a la ciudad central (UNAM, Ibero, Itesm, UAM, ENEP).
Es preciso contener y revertir este proceso altamente costoso e insostenible. Sin embargo, recordemos que en México, de acuerdo al Artículo 115 Constitucional, el Gobierno Federal carece de facultades para regular los usos del suelo en las jurisdicciones municipales. Hoy sería impensable una reversión re-centralizadora en este tema. Las únicas opciones de que dispone la Federación para promover y encauzar un desarrollo urbano sostenible se encuentran en las políticas de vivienda, en CONAVI e INFONAVIT, y en otros organismos; en la reorientación del sistema de subsidios y de créditos hipotecarios. Por ejemplo, es fundamental que CONAVI adquiera la capacidad de construir una reserva territorial para vivienda plurifamiliar en propiedad y en renta dentro de las ciudades más importantes del país, con altas densidades, en centros históricos y zonas industriales decadentes y en abandono, en predios capaces de ser reciclados para vivienda por medio de licitaciones a empresas desarrolladoras. A través de una política de concurrencia con los municipios, podría asegurar mezcla de usos del suelo, servicios, espacios públicos y acceso a transporte colectivo. BANOBRAS participaría en el financiamiento, con una óptica de reconstrucción, infraestructura y equipamiento urbano. INFONAVIT debiera dejar de financiar desarrollos de vivienda en la periferia, y crear una única hipoteca sustentable (que absorbería a la actual hipoteca verde) en donde el posible mayor costo unitario del suelo y de tecnologías eficientes, sería cubierto con los cuantiosos ahorros en transporte que las familias obtendrían con una nueva centralidad. Por cierto, en este escenario, los medios de movilidad y accesibilidad no serían los automotores privados y los microbuses; serían las aceras, los elevadores, los autobuses y las bicicletas.