Además de pretender mimar a los pobres con dádivas, que no resolvieron nada más que cierta lealtad electoral, desde los años del Gran Líder se oficializó el subsidio más costoso, contraproducente y depredador: la entrega y privatización de los activos públicos (el espacio público) a favor de organizaciones de vendedores ambulantes adscritas, por supuesto, al partido oficial. “Es su derecho, hay desempleo.” Sus acólitos lo han justificado y proclamado sin pudor, como si no fuese un negocio muy rentable para las extensas redes de corrupción delegacionales que los protegen y expolian. En los hechos, ha sido la piedra angular de una putativa política social y columna vertebral de su estructura partidista corporativa en la ciudad. Así, casi todo el espacio público del Centro Histórico (fuera de las manzanas más emblemáticas) se ha consolidado como lumpen-propiedad privada de un inmundo comercio informal. El gobierno actual ha intentado una rectificación con las recientes y encomiables recuperaciones de Madero, Plaza de la República, y una pisca de Garibaldi. Pero como oasis, sólo contrastan con la incuria urbana acumulada que las rodea.
Chapultepec también ha sucumbido; en sus secciones primera y segunda ha sido expropiado por vendedores ambulantes y tapizado de abyectos montones de basura; igual que la Alameda Central. Los paraderos, estaciones y áreas de transferencia modal de transporte público han sido cedidos exitosamente al comercio informal, a la suciedad y al hedor. Como muestrario pestilente y doloroso es indispensable visitar las inmediaciones de casi todas las estaciones del metro, el paradero de Indios Verdes, las inmediaciones del Centro Médico y del Hospital General, el Metro Chapultepec, Tacubaya y Avenida Jalisco, el centro de Tacuba, y los Viveros de Coyoacán sobre Avenida Universidad, además de innumerables glorietas, parques y plazas. Es la degradación del espacio público más inmediato, cotidiano e íntimo de las grandes mayorías, de los pobres reales o supuestos, y símbolo inequívoco de una institucionalidad y gobernanza perversas.
Han destruido el capital urbano; erosionado la competitividad de la ciudad; ofendido la dignidad de sus habitantes; promovido la ilegalidad; ahuyentado la inversión, el turismo y el empleo; prohijado la inseguridad y la delincuencia; y, lo peor, privado a los más pobres de bienes públicos esenciales. Nosotros, los demás, aunque nos duele, tenemos cómo suplirlos. Es huella que han dejado 15 de años de izquierda en la ciudad, y que aún frente a ciertos avances en los últimos años (que a pesar de todo, los ha habido), marcará definitivamente el balance final.