Hacer política ambiental con frecuencia equivale a hacer política industrial. La ausencia de regulaciones en México sobre emisiones de gases de efecto invernadero para vehículos abre la puerta a autos y camionetas chatarra de Estados Unidos, de acuerdo a las reglas del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. La principal industria del país, la automotriz, sufre entonces competencia desleal, y una (literalmente) sucia embestida que amenaza al crecimiento económico y a la generación de empleos. Ni más ni menos. La exigencia al Gobierno Federal de expedir cuanto antes normas oficiales mexicanas de emisión de CO2 por kilómetro (en realidad, normas de eficiencia energética), tanto a vehículos nuevos como usados, no deriva sólo del imperativo de combatir el calentamiento global y de mejorar la calidad del aire. También pretende evitar un enorme daño a la planta industrial. Y no se trata sólo de la expedición de las normas oficiales mexicanas correspondientes, sino de crear la infraestructura necesaria de inspección y vigilancia para impedir que vehículos altamente contaminantes e ineficientes ingresen y circulen en el país.
En días pasados, la Secretaría de Economía expidió un nuevo decreto que flexibiliza la importación de vehículos usados procedentes de Estados Unidos y Canadá, que ahora podrán tener menos de 10 años de antigüedad. Sólo se les impondrá un 10% de arancel que es insignificante como disuasivo o como compensación por los impactos ambientales que generan. (Al menos la recaudación de este arancel debiera etiquetarse para financiar un sistema eficaz de inspección y vigilancia, si es que algún día el Gobierno Federal emite la normatividad correspondiente). Se trata de autos y camionetas desechados en aquellos países por su pésimo estado mecánico, obsolescencia general, consumo voraz de combustible, y ostentosas emisiones de contaminantes y de CO2. Los subsidios a la gasolina que otorga nuestro Gobierno Federal hacen atractiva la importación y el uso de tales vehículos. Sin subsidio, probablemente este problema desparecería en forma casi automática.
Algún economista podría argumentar que la importación de autos chatarra a precios bajos es una decisión soberana de los consumidores en busca de un mayor bienestar, y que por tanto en aras de la eficiencia económica, debe respetarse. Sin embargo, sería un argumento por lo menos parcial y por lo más, tramposo, ya que no consideraría los subsidios a la gasolina ni los tremendos costos externos (externalidades) e impactos en bienes públicos clave como la calidad del aire y la estabilidad climática, independientemente del efecto nocivo de tales vehículos en la imagen urbana.
El caso es que con la vía libre a la importación de vehículos usados y con los subsidios a la gasolina, la frontera mexicana se ha convertido en un sumidero de chatarra rodante, que de otra forma hubiera terminado re-fundida en hornos siderúrgicos de arco eléctrico para la manufactura de nuevas piezas de acero. Es posible que la eliminación de la tenencia el próximo año agrave el problema.
Ciertamente, no es viable pensar en ir contra las reglas del Tratado de Libre Comercio, pero sí es fundamental urgir a las autoridades ambientales del país a que hagan su trabajo, por años anunciado y pospuesto. La normatividad sobre emisiones de CO2 o eficiencia energética incluso está prevista y comprometida quizá como una de las pocas acciones verdaderamente relevantes – como instrumento regulatorio real de política pública – en el llamado PECC (Programa Especial de Cambio Climático), que ha sido la etiqueta de política climática de la actual administración. Es claro que esta normatividad sería uno de sus escasos legados posibles, en una materia – como la ambiental – que se ha vaciado de contenidos.
Gabriel. Dices que la principal industria del país la automotriz. Veo que hablas de ella como si fuera propia, es verdad que se exportan miles de autos pero al fin de cuentas las ganancias no son nuestras aquí lo que se queda son los miles de empleos que afortunadamente se generan directa e indirectamente y que en su mayoría son mal pagados creo que se debería de apoyar la creación de una industria automotriz propia que genere riqueza interna y en cuanto a los vehículos contaminantes lo que se requiere para empezar es aplicar las leyes que ya se tienen contra dichos vehículos y es allí donde cada estado con sus policías viales pueden hacer algo esos ya se tienen no se necesita crear mas infraestructura que nos cueste como cualquier nueva dependencia unos cuantos millones de pesos de operación, además de que vivimos en el país del revés yo creo que la tenencia era un buen impuesto pero mal aplicado ya que conforme los vehículos se envejecieran debería de ir aumentando tal impuesto de manera que los mismos al no quererlos por el impuesto se abarataran así seria motivación para quienes pueden comprar un vehiculo nuevo a renovarlo y a quienes no pueden comprar uno nuevo pues a adquirir uno no tan viejo a buen precio.
ResponderEliminarRaúl Meza Gómez.