PEMEX insiste en licitar la compra de etanol para mezclarlo con gasolinas, mientras el gobierno de Chiapas presume a tambor batiente la producción de biodiesel de jatrofa (Jatropha curcas) para sus autobuses en Tuxtla Gutiérrez y para un vuelo promocional de conocida línea aérea. En ambos casos se trata de un delirio injustificable, muy caro, sin futuro, y en potencia devastador para el medio ambiente. Lo nutren probablemente, en el primero, la presión de grupos de interés y la impronta por ganar tardíamente algunas clientelas políticas. En el segundo, quizá una desinformada buena fe, o esnobismo provinciano mezclado con populismo rural.
Ningún tipo de biocombustible podrá sustituir significativamente a las gasolinas y al diesel. La demanda de tierra de los biocombustibles agrícolas impone una competencia apabullante para alimentos y ecosistemas. Considérese al etanol norteamericano de maíz, que acapara el 30% de la cosecha de ese cereal en Estados Unidos. También, al etanol brasileño de caña de azúcar, y al biodiesel de palma del sudeste asiático importado por Europa: han arrasado decenas de millones de hectáreas de bosques tropicales (directa, o indirectamente por desplazamiento de otros usos del suelo), sólo para contribuir a una pequeña fracción del consumo total de combustibles automotrices en el mundo. Para no perder el norte, reconózcase que para sustituir por etanol de caña de azúcar toda la gasolina que se consume en México se requeriría más de la mitad de la tierra cultivable del país (9 o 10 millones de hectáreas). Para hacer lo propio con el biodiesel de jatrofa, sería necesario ocuparla toda. Sustituir con etanol sólo el 6% de la gasolina consumida en la zona metropolitana de la Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara (como pretende PEMEX), exigiría una superficie mucho mayor al área total del Distrito Federal.
La producción significativa de biocombustibles implica que la biodiversidad y los alimentos se destinen, literalmente, a quemarse en los motores de nuestros vehículos, sin beneficio apreciable en cuanto a emisiones de gases de efecto invernadero, y con un rendimiento energético (etanol) menor a las dos terceras partes de lo que ofrecen los combustibles de origen fósil. Por añadidura, son más costosos; requieren de fuertes subvenciones, como lo saben bien tanto PEMEX como el gobierno de Chiapas – y el gobierno norteamericano que destina cada año casi seis mil millones de dólares a subsidiar el etanol. Un litro de biodiesel de jatrofa puede costar hasta 25 pesos, mientras que el etanol mexicano es un oneroso capricho, más aún por los altos precios de la caña nacional y del azúcar en el mercado internacional. Dirán que la jatrofa se cultiva en tierras degradadas; pero tales tierras tienen un alto costo de oportunidad ecológico, o incluso en términos de producción de alimentos con cultivos y técnicas adecuadas de restauración de suelos, de ser ese el caso. Por lo demás, su producción implica fuerte contaminación ambiental, agua, fertilizantes y plaguicidas, y desde el luego…. energéticos fósiles.
Dirán otros, que apostemos a los biocombustibles celulósicos, de algas, o de microorganismos genéticamente modificados o diseñados ex profeso. Pero, ninguno de ellos ofrece una perspectiva comercial y de escala viable (ver Scientific American de agosto). Las enzimas para los primeros son carísimas, y el proceso biológico para romper la lignina y transformar la celulosa de las plantas en azúcares es muy lento. Las algas son presa de enfermedades y contaminación, tapan los reactores, crecen con lentitud desesperante, los nutrientes son muy costosos, y es muy difícil filtrar o extraer el biocombustible que producen. Y, la ingeniería genética para producir microorganismos con las aptitudes esperadas ha resultado ser abrumadoramente compleja. Mejor, señores de PEMEX y del gobierno de Chiapas, apostemos a la eficiencia energética, a eliminar los obscenos subsidios a los combustibles, y a acelerar el advenimiento de los vehículos eléctricos.
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